Primero el peatón
Primero el peatón, porque el peatón primero es persona y actor principal de la relación y la convivencia humana. El peatón tiene ganada la supremacía sobre todo lo que existe en este mundo, pues todo el espacio y el camino creado por él han sido para la realización de las actividades de acuerdo a las necesidades humanas de sociabilidad: desde lo íntimo hasta lo público; desde el hogar hasta el lugar de trabajo; desde el portal hasta el parque. Ha hecho camino al andar; su andar es naturalidad y acción manifiesta de libertad humana, además de ser el principal medio de desplazamiento sobre la tierra.
Primero el peatón, porque el peatón representa a la persona como eje del desarrollo de la sociedad y ésta es quien conforma las ciudades, producto de sus propias obras, invenciones y creaciones. En esta tarea de conformar, es cómo creó los senderos y las veredas, las calles que constituían una vía publica libre de obstáculos, de fácil y seguro tránsito para el peatón y le permitían accesibilidad para la realización de sus necesidades cotidianas.
Primero el peatón, porque el peatón es dueño del derecho a disfrutar en libertad el espacio público, en una convivencia social sana y equilibrada, en condiciones de seguridad para su salud física y mental que le permita desarrollar sus capacidades de creación e innovación.
Primero el peatón, porque el peatón es ser humano, que como tal, también es eje del desarrollo de la vida humana, creador y usuario de la infraestructura urbana, responsable del entorno y de la sustentabilidad en que el mundo debe subsistir. Por lo tanto, la infraestructura urbana contemporánea debe estar diseñada y hecha principalmente para las personas y para usarse a la velocidad de locomoción humana.
Sin embargo, en la actualidad, con la ampliación de las ciudades, los diseños en las obras urbanas han perdido de vista al peatón, primero segregándolo para después omitir y desconocer sus derechos naturales a la movilidad y a disfrutar del espacio público. Ahora, el automóvil se ha convertido en el objeto del desarrollo urbano, quitándole el espacio al peatón, generando las consecuencias que ahora vivimos y que son muestra clara de la falta de sensibilidad social y de abandono al peatón, otorgándole la supremacía sobre éste, a los vehículos automotores y con ellos a la velocidad desbocada.
Con una enorme desigualdad del costo – beneficio, en lo que respecta al uso por habitante del espacio público, se destinan grandes recursos económicos a la construcción de calles, avenidas, circuitos, vialidades para altas velocidades que hacen imposible la convivencia y la compartición de espacios, además de que dichas vialidades forman barreras que sectorizan las ciudades, generando incomunicación y aislamiento de sus habitantes.
Derivado de esta tendencia es que se ha generado una mayor velocidad en la movilización urbana, se han descuidado los protocolos de seguridad vial, así como las normas que deberían de impedir la contaminación visual y el deterioro ambiental. Tristemente, se han creado generaciones de un binomio: Hombre – auto. Binomios numerosos que además, toman una postura de dueños de las ciudades y caminos.
Esta exclusión de la persona como ciudadano en la construcción de las ciudades, también ha dado como resultado la falta de infraestructura peatonal, ya que las vialidades se han construido con un estándar y criterio automotriz y sin visión para proteger al ciudadano. Esto resulta en una planeación incompleta que establece puntos de alto riesgo para las personas, produciendo accidentes, fatales a veces, de tal manera que cuando se demandan soluciones de accesibilidad para las personas y reducir incidentes viales, se construyen puentes peatonales como una solución.
Sin embargo, estos puentes peatonales son rechazados ya que injustamente se le obliga al peatón en su tránsito a realizar un esfuerzo adicional y un gasto innecesario de energía. Los puentes peatonales reafirman el argumento de que el auto es prioridad por encima de las necesidades de los peatones.
Los puentes peatonales son el resultado de una mala planeación de movilidad urbana.
Por lo anterior, es imperativo rescatar al peatón y darle el valor justo en el contexto social, resarciendo el daño mediante el establecimiento de infraestructura peatonal, ampliación de espacios, señalética apropiada y reglas claras.
Es impostergable rescatar al peatón primeramente como ser humano con derechos, al que debe de subordinarse todo proceso vial, todo reglamento urbano y todo el servicio público, porque no únicamente es peatón, es principalmente ciudadano.
Entendemos que establecer esta postura tiene que llevarnos a esclarecer las reglas de convivencia urbana, sobre todo vial, mediante la promoción del respeto a la funcionalidad urbana, con la exigencia de normas y conductas que conlleven a reducir las velocidades cotidianas de relaciones superficiales, de traslados tortuosos e inseguros, pero sobretodo que nos haga responsables del deterioro ecológico, derivado, principalmente, por el uso desmedido de vehículos automotores, por los desechos contaminantes, por el ruido y el desorden.
Debemos, como sociedad, despertar en la ciudadanía el aprecio por su salud física, emocional y su relación con una mejoría económica, circunstancias que se obtendrían con el hecho de reducir el uso del automóvil al caminar por espacios públicos de forma segura, ya que ello tiene que ver con reducir la mencionada velocidad de movilización, otorgándole tiempo a nuestro metabolismo para estabilizar sus valores y generar salud. También tiene que ver con la posibilidad de convivir mediante el aprecio de la urbanidad y la vecindad; se relaciona con tener mayor convivencia social, con el respeto y el fomento al equilibrio ecológico. Y también, con la convicción de reducir nuestra cuota de contaminación y con establecer una sinergia para mejorar nuestra calidad de vida mediante una actitud responsable, y de respeto a la dignidad humana.
*Presidente del Consejo Ciudadano de Convivencia y Movilidad Sustentable